Monday, February 21, 2011

Even the Rain: a Mirror

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It could very well have been that I woke up a bit sentimental today, that the dedication to Howard Zinn was touching because it reminded me of the time he gave me a hug after autographing a copy of his celebrated book “A People’s History of the United States,” or simply that I may be getting old and soft, but, to be honest, I believe that I cried like a child while watching “Even the Rain” because Paul Laverty is a screenwriter who has a sensibility for this art and his dramatic effort—although considered melodramatic by some—resonated well and deep within my human composition, in spite of my membership in the group of those who have been oppressed.
My emphasis on Laverty does not intend to minimize the work of the director, Icíar Bollaín, or that of the well-cast actors, but, as a writer myself, I pay close interest to creations I consider laudable and Laverty’s work is something I wish I could emulate.
Rather than being a film within a film—like it has mistakenly been described, for in addition to the internal film there exists both an implicit and an explicit “documentary” element—“Even the Rain” can be regarded as a piece of conceptual art in the sense that it presents established symbolism to deconstruct it and/or utilize it for an ultimate purpose in order to evoke a response that is invariably filtered through the cultural lenses of viewers. One may argue that such is the case with every film or every piece of art, but that is exactly my point.
In this analysis, I am reminded of Gabriel Orozco’s assertion that the purpose of his art was to disappoint the expectations of those who wanted to be amazed. In one of those conundrums of destiny—or the capricious nature of an audience—it could be argued that Orozco created a paradoxical self-fulfilling prophesy in the sense that audiences resolved their cognitive dissonance upon seeing his work by finding amusement in that which the artist created to disappoint them, a phenomenon that Barry Schwabsky has called “Amazement in Reverse.” In the case of “Even the Rain,” however, amazement finds no automatic reversal because the historical symbolism presented in grand scale, by virtue of the fact that it can only be discerned from the partisan filter of the viewer’s cultural legacy, results in a reaction that replicates the mechanisms it is attempting to confront. As such, for the established film reviewer, “Even the Rain” will be a lacking film in the lines of those previously written by Laverty; for the paternalistic established film reviewer, a sensible work that deserves consideration; for a conservative audience, an example of Marxist dialectics; for a Marxist, the trivialization of Marxist ideals by the film industry; for an Indigenous audience perhaps exploitation, vindication, or nothing at all, etc. And this is the beauty of the script, and the film itself, in the sense of conceptual art, for even in its stereotypification of symbolism for dramatic purposes it acts as a mirror of the viewers’ own prejudices.
This may also be the reason why “Even the Rain” was dedicated to the legacy of Howard Zinn, for his intention as a historian was not that of presenting a self-serving alternative view of history, as critics have claimed—some of whom were self-serving revisionist historians. That is, Zinn intended to present a mirror from the perspective of the oppressed to serve as a projection screen in order for the historically privileged to learn something about empathy. 
Now, that is conceptual history.
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Tuesday, February 15, 2011

[(En)ti]juana2


A petición popular, incluyo aquí este relato de una aventura realizada hace algunos años. [Para mejorar la lectura de este relato se recomienda escuchar un par de canciones: "Sarri, Sarri" de Kortatu y "Desde que te perdí" de Kevin Johansen]
 

[(En)ti]juana2

Nuestra resaca no auguraba alivio, pero aún así nos lanzamos a Tijuana un día después de lo acordado. De alguna forma, Manuel decidió unánimemente que el plan era que no hubiese planes, e Idurre y yo dejamos que semejante contradicción enardeciera nuestros espíritus hedonistas para llegar lo antes posible y quedar entijuanados hasta el alivio.*

"¿Quieres que maneje?" le pregunté a Idurre.

"No. Yo estoy bien," respondió. "Cuando me canse, yo os aviso."

"Sí, Idurre," dijo Manuel. "Avísanos cuando te canses."

Minutos después, Manuel Loes, locuaz artista ganador de premios internacionales que joden a rígidos mamagüevos, cayó dormido con la desfachatez de un guerrero de la juerga dispuesto a recuperar energías para seguir la farra infinita.

"¡Qué cabrón!" dijo Idurre. "Y luego va a querer que le aguantemos el paso esta noche."

Manuel permaneció dormido, quizá, hasta que llegamos a Tijuana. Yo no le conocía, pero me cayó muy bien desde el principio. Después me enteré que coincidíamos en muchas cosas, sobretodo en nuestro radar para identificar mamagüevos o en nuestra habilidad para burlarnos de ellos. Mientras él dormía, Idurre y yo tuvimos la oportunidad de hablar de nuestras respectivas penas y emanciparnos de nuestro pasado, cada quien por su lado. Manuel despertó justo cuando el "horizonte de sucesos" comenzaba a ser visible, pero más que un agujero negro, la ciudad nos recibió con las puertas abiertas (léase no revisión en la garita aduanal, como siempre) y sus habitantes con la hospitalidad de su bendito averno.

"Disculpe," preguntó Manuel a un transeúnte después de haber comprado los boletos para el concierto de Fernando Delgadillo en el Cecut.* "¿Usted sabe por dónde queda una taquería, el maza-no-sé-qué?"

"¿El Mazateño?" respondió el Tijuaverno ciudadano. "Ahí nomás siga las curvas y está después de un campo de fútbol."

Seguimos las indicaciones sin éxito, recordando como habíamos mandado al carajo a turistas extraviados con la inocente perversidad de nuestra niñez. Preguntamos muchas veces más y, sorprendentemente, todos sabían en donde estaba el famoso lugar. Después de casi una hora entre vertiginosas cuestas repletas de arduas curvas y despiadados chóferes, llegar al Mazateño se convirtió en una misión que tenía que cumplirse a como diera lugar.

"Más vale que esos tacos estén buenos," advirtió Idurre.

 Aceptando el reto, Manuel simplemente sonrió en silencio y nos miró con cara de "ya verán." No se equivocó. A final de cuentas, él ya se había curado una cruda ahí y, verdaderamente, esos tacos de camarón enchilado son capaces de remediar cualquier mal de crudos o sobrios a toda hora y bajo cualquier pretexto. De ahora en adelante, el Mazateño es parada oficial durante toda visita a Tijuana. Así fue acordado en el Manifiesto Amuseístico de Artistas sin Galería en Búsqueda de Vulcanizadora.

Manuel desapareció abruptamente y de la misma forma regresó cargando cuatro botellas Ballena de cerveza Pacífico. Mónica, artista local y amiga de Manuel, se había unido al grupo después de la apertura de su exhibición artística y era nuestra guía en los barrios bravos de Tijuana. La idea era empezar en el Dragón Rojo y seguirle, pero el lugar nunca se convirtió en Lagartija Verde—aún después de las peleas—así que nos quedamos hasta que nos corrieron. Honestamente, no me costó trabajo entrar en forma.

"¿Cómo te la estás pasando, Carlos?" preguntó Idurre.

"De puta madre," respondí con mi ballena en la mano y bailando Ska sin parar.

"Ya veo," dijo Idurre.

En mi vida he bailado algo, mucho menos Ska. Siendo del país Vasco, pero sobretodo mujer, Idurre se convirtió en el suceso de la noche ante DJs amantes del Ska de Euskal Herria. Estaba tan atiborrada de admiradores que en ocasiones se le dificultó la comisión de cuidar a Manuel.

"Carlos, ¿dónde está Manuel? Acuérdate que me lo encargaron."

No pude responder porque los enajenadeejays se la llevaron. Todos pensaban que era mi esposa o mi novia, pero aún así les valió madre y la abordaron hasta el cansancio. Después de mi segunda caguama, le pidieron el número de teléfono.

"Mejor te doy el e-mail," decía Idurre, nunca perdiendo el decoro aún después de las caguamas. "A ver. Apunta. Idurre no-sé-qué, arroba, punto, o-r-g."

Yo sardónicamente observaba.

"¿Así que te estás montando tu orgía, Idurre.org?" Le pregunté al cabo de varios incautos.

"Vete a la mierda, carloslemus.com."

Nos cagamos de la risa y seguimos bailando. Para entonces, Manuel estaba en plena crisis existencial porque alguien osó decirle que en Tijuana no había vulcanizadoras.

"¡Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, bi badoaz,
Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, hanka kalera
Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, bafleetatik...
kriston martxa dabil!"


Borracho o no, yo hubiese bailado igual ante semejante ritmo. Los músculos de los pies todavía me duelen. No sé si tocaron esa canción sólo una vez o si yo recuerdo que la tocaron varias veces, pero la idea es que la escuché, la bailé y la recuerdo. Mónica y yo conversamos.

Los enajenadeejays no se cansaban de Idurre.

Manuel comía cacahuates, eso dicen por ahí, ponderando sobre el dilema de las inexistentes vulcanizadoras Tijuanenses.

Alguien a quien llamaremos el Flaco me abordó adjudicándome matrimonio con Idurre, aseverando que sin duda yo debía estar muy feliz con ella.

"Idurre no es ni mi novia ni mi esposa," le dije. "Es mi amiga."

El Flaco sonrió ampliamente, revelando sus dientes de chimpancé, me tendió su mano, saludándome efusivamente, y después de propinarme un abrazo de asco, desapareció diciendo gracias. Minutos después, regresó con una caguama y vertió cerveza en mi vaso sin decir palabra. Cuando lo volví a ver ya le estaba pidiendo el número de teléfono a Idurre. Ella seguía dando información falsa que el Flaco se creyó.

"Mira, no sirve tu bolí," creo que dijo Idurre.

Le presté mi pluma al Flaco. Idurre me miró con ojos de odio.

"Gracias," dijo el Flaco. "Mira," dijo a Idurre ofreciendo su magra pluma. "Te la regalo para que te acuerdes."

"¡Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, bi badoaz,
Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, hanka kalera
Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, bafleetatik...
kriston martxa dabil!"

Manuel desapareció con las llaves del auto minutos antes de que cerraran el Dragón Rojo. Para entonces, si Idurre todavía se acordaba del encargo de cuidar a Manuel, no hacía nada evidente para cumplirlo. Hablamos un poco sobre lo bien que nos la estábamos pasando y tuvimos que salir porque cerraron el lugar. Rumbo al estacionamiento, percibí que la prostituta adolescente de pantalón rosa entallado permanecía parada en el mismo lugar. Ofreció sus servicios a varios transeúntes, pero todos la ignoraron. En el baño del bar, había escuchado una conversación sobre lo mal que estaba la economía. Los interlocutores hablaban de lo mucho que había bajado la cosa, que, increíblemente, los primeros negocios de la Revo en tronar habían sido los sexo-bars. Sin duda, la pobre chava sentía esos efectos peor que todos.

En el auto, Manuel roncaba a pulmón abierto, pero despertó haciendo caso omiso a nuestra burla y decidido a participar en cualquier plan sin plan. Los pelones, amigos de Mónica, nos llevaron a una taquería y todos comimos lo suficiente, excepto Manuel, quien dice que comió sólo cinco, pero sin duda perdió la cuenta con la borrachera que nos cargábamos. Cuando dejamos al primer pelón en su casa, Manuel saltó del auto para acompañar a Mónica, pero ella aceleró sin piedad y Manuel regresó con cara de niño regañado mientras Idurre y yo nos cagábamos de risa.

"¡Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, bi badoaz,
Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, hanka kalera
Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, bafleetatik...
kriston martxa dabil!"

"Mira, deja pongo ésta otra," dijo Idurre maniobrando el iPod rumbo a casa de Mónica, más o menos a las cinco de la mañana. Después de varias canciones, sugerí un poco de jazz.

"No que jazz ni que mierda," creo que dijeron.

"¡Yo quiero mi Jazz!" protesté.

"¡NO!"

"Pero. . ."

"¡QUE NO!"

Dormimos. (Yo tarareé mi Jazz en mis sueños).

Mónica, recién bañada, salió de su casa, en la cual todos dormíamos, a las ocho y media de la mañana. Minutos después, regresó con Lolita. Subieron al cuarto de Mónica y se pusieron a ver "El Resplandor" mientras todos nos bañábamos, cada quien por separado. Con eso de que yo fui el último en bañarme, ni siquiera la sombra del resplandor me tocó. Después de dejar a Lo-lee-ta en la universidad para que asistiera a su clase de inglés, nos lanzamos a una fonda Oaxaqueña en el mercado. La sobremesa se prolongó por lo buena que fue. Tejimos sueños de todo tipo, porque los planes quedaron prohibidos, y después salimos en búsqueda de canicas para "El Sacas," un pez que Manuel tiene de mascota. El nombre lo sugirió Idurre, con eso de que nunca llegamos al Zacazonapan, uno de los bares designados en nuestro no plan inicial.

Durante nuestro viaje intelectualoide por las librerías aledañas al mercado, Manuel repitió el patrón de las canicas: Vio y seleccionó de todo, pero no compró nada. Idurre compró unos libros y encontró la clave del milenio en un manual que no adquirió porque, enamorada, no lo necesitaba. (Yo compré dos copias sin que nadie se diera cuenta).

Por la tarde, en un café que vende pecados de postres, nos aventamos una disertación descabellada en la que terminamos arguyendo que toda relación humana es sexual. Semánticamente, la aseveración tiene sentido, sobretodo si una conversación, que fue el punto inicial del debate, ocurre entre un hombre y una mujer. Mónica sólo nos daba por nuestro lado. Yo terminé externando el mensaje irónico de la película "El Lado Oscuro del Corazón," tal y como lo dice uno de sus personajes: Lo que pasa, es que este es un mundo de malcogidos. En algún momento de esa tardeada, José telefoneó a Idurre, pero la llamada se cayó al cabo de unos segundos. José entonces llamó a Manuel.

"¿Viene o no viene?" demandó Idurre.

"No sé. Dice que tiene que ver qué onda con el tren," creo que dijo Manuel.

"Pues dile que vamos por él a la estación de San Diego," dijo Idurre.

"¿Vamos?" respondí yo. "Irán ustedes. Yo soy traficante de chorizo."

Manuel fue el intermediario entre la conversación de Idurre y José, porque esa llamada sólo se trataba de su reencuentro. Ella se negó a hablar con José cuando Manuel quiso pasarle el teléfono.

"No. Dile que venga, que vamos por él y ya está."

Cuando Idurre finalmente se mosqueó por lo que parecía duda de José, comenzó a emitir onomatopeyas repletas de frustración. José entonces aseguró que llegaba en cuanto antes e Idurre sonrió satisfactoriamente.

Vaya cuaimita que salió Idurre, y sin decir palabra inteligible.

Sin duda, cruzar la frontera para regresar a Tijuana un sábado por la noche sólo se puede hacer por un acto de enamoramiento tácito (léase obnivulación o apendejamiento) o por amor. Al ver a Idurre y José juntos, opté por la segunda opción porque nunca había visto a Idurre tan feliz. (Por cierto, cuando Idurre y Manuel iban por José, Mónica y yo fuimos a comer tortas y luego platicamos hasta que regresaron casi a las tres de la mañana. Interesados en saber el contenido de esa plática pueden enviar sus solicitudes, por escrito, en un billete de quinientos Euros. Un cuarto de solicitud por billete, por favor).

El viaje al Mazateño la mañana siguiente fue pan comido. Llegamos en tres patadas y comimos tacos de camarón y pulpo enchilado, caldo de mariscos y tostada de camarón al aguachile (curtido con limón y chile). Idurre y José andaban en pleno idilio. Un cantor ambulante cargaba su grabadora con pistas de canciones de Vicente Fernández. Cantó sin parar todo un disco, sonrojándose con el esfuerzo, pero imitándolo muy bien. Cuando terminó, llegó una señora que salió más fregona: Se montó su play-back en el que la voz de la artista original era más audible que la de ella.

El valle de Guadalupe, con su recorrido por los viñedos y las vinícolas, puede ser una experiencia memorable, pero agregándole factores como amistad y luna creciente acompañada de estrellas brillantes, se torna en evento indeleble. Fue una lástima que tuviéramos que salir de ahí. El vino, a pesar de ser orgánico, estuvo dos-dos, pero a final de cuentas nos emborrachó. Llegamos a casa de Mónica un rato y luego decidimos ir a comer, pero Idurre y José decidieron quedarse porque, según ellos, no tenían hambre. En la taquería, sonó el teléfono de Manuel. Eran ellos, pidiendo un encargo de taquitos porque ya les había dado hambre. Vaya, vaya, vaya.

En Tijuana, dos se quedaron—Idurre y José. La despedida fue corta, porque el no plan era reunirnos pronto para continuar la farra bendita. Yo decidí regresar por cuestiones laborales, y hacerlo envolvió usar el auto de Idurre. Manuel regresaría por su parte con un cargamento de tacos al pastor por razones diplomáticas después de pasar por su novia Cecilia al aeropuerto.

"Es difícil encontrar alguien con quien compagines," creo que dijo Manuel. "Y, la verdad, nos la pasamos muy bien."

Asentí e hicimos planes para el siguiente fin de semana, dispuestos a arrasar con las cuatro botellas de Havana Club que Manuel había comprado en Calimex. Después de dejarlo en el aeropuerto, seguí mi ruta hacia la frontera, sintonizando el 102.5 FM, lo que alguna vez fue radio universidad. Pasaron varias canciones que Idurre había compartido de su iPod. Cuando salió la canción de Kevin Johansen, me cagué de risa:

"Las cosas no andaban bien, nada me salía,
mi vida era un túnel sin salida, pero...
…Desde que te perdí, se están enamorando todas de mí
y hasta algunas me quieren convencer
que con ellas podría ser feliz."

En esta era de exagerados intentos para mantener la falacia de una seguridad nacional, mi pasaporte norteamericano tiene todos los elementos para mandarme a Guantánamo. En la foto, tengo cara de Marroquí recién reclutado por Al-Qaeda, mi lugar de nacimiento dice México, la autoridad emisora fue la embajada norteamericana en Madrid, los hologramas se ven muy chafas y tiene visas canceladas de mis viajes a Rusia y Cuba. Aún así, el oficial de inmigración me sacó plática, un gabacho que sin duda quería practicar su español.

"¿Y en qué colonia te quedaste?"

"¡Coño!" pensé. "Un gabacho hablando como fresa."  Después de unos segundos advertí que la escena coordinaba, por lo menos dentro de los parámetros de televisión abierta en México.

Me puse a pensar sobre la casa en donde Mónica vive, que está muy bien, pero no se me ocurrió preguntarle el nombre de la colonia. Con esa pregunta, pensé que el gabacho quería hacer una evaluación de mi persona basada en el elitismo mexicano más el valor agregado del elitismo norteamericano.

"La verdad, no sé; pero una casa así no la encuentro en Los Ángeles ni por $350,000—aún con la crisis."

El oficial sonrió, pero al sonar una alarmita después de haber pasado mi pasaporte por el scanner, su conducta cambió.

"Please, follow me!" me ordenó.

"Is this about the chorizo, Sir?"

Sin responder, me mandó a segunda revisión.

Los rayos X invariablemente fotografiaron la calcomanía de "Buck Fush" que Idurre tiene pegada en el lado derecho de la defensa posterior de su auto. Si no me joden por el chorizo, pensé, me agarran por esa calcomanía. O por los cartones de cigarros, los aguacates, la botella de Havana Club y las tres botellas de vino.

"Desde que te perdí, se están enamorando todas de mí."

"Te dije que no las trajeras," una señora le reclamaba a su esposo en el auto contiguo.

"No pasa nada," le respondió él.

"No pasa nada, no pasa nada. Eso dices siempre. Ahora, ¡trágatelas!"

"¡Trágatelas tú! Yo ya no tengo hambre."

Cuando el oficial llegó a revisar su auto, casi una hora después de que yo llegué, me di cuenta que hablaban de carnitas. Yo me quedé sin escuchar mi jazz en Tijuana y sin comer mis tacos de cueritos, pensé.

"Sarri, Sarri, Sarri, Sa. . ."

El oficial me ordenó que abriera el cofre y la cajuela. Después de revisar todo—excepto mis calzones—se empecinó en que llevaba chorizo porque el papel lo decía. Le expliqué que un año antes mi maleta se extravió, que para que la aerolínea pudiera enviármela por paquetería tuvo que ser revisada en aduana y que, en efecto, llevaba chorizo (verde), pero que estaba envasado al vacío.

"What's that?"

"Vacuum-sealed."

"Eso está prohibido."

"Ahora lo sé."

"You know what the problem is?" me dijo el hijo de puta dispuesto a darme una cátedra. "El problema es que tienes que seguir las leyes norteamericanas. You are already bringing 3 bottles of wine and the limit is 2 per year."

"Esa botellas las compré en California para regalo a amigos que no pude ver en México. Tengo los recibos."

En la madre, pensé. ¿Y si me pide los recibos? ¿Y si me encuentra los aguacates?

"Go back to your car," me ordenó el cabrón.

Diecisiete minutos después, porque yo llevaba la cuenta, regresó. Al poner la nota anaranjada en el parabrisas me dijo: Sir, follow the law!

Vete pal carajo, pensé. Tanto te enfocaste en encontrarme el chorizo que ni siquiera viste los aguacates. Guacamolito, de seguro, mañana.

"Sarri, Sarri, Sa. . ."

La puta niebla que encontré en el viaje de regreso parecía de Nivola y la manejada estaba peor que de novela surrealista. Pinche Unamuno, pensé. Eran las dos de la mañana y no podía manejar por lo denso de la niebla. Creí que en cualquier momento me volvería parte de mi propio cuento (Años atrás, después de sufrir un accidente en que sobreviví de milagro, escribí un cuento para desahogarme en el cual atribuí los incidentes a una densa niebla).

"Desde que te perdí. . ."

Al llegar a Long Beach, la ciudad en donde vive Idurre, para intercambiar su auto por el mío, la inercia me llevó a la esquina de la casa de la innombrable. Pasé por ahí con los ojos cerrados, como si mi reacción me librara del recuerdo. Creo que me pasé una luz roja. (Lo siento, Idurre, por la infracción que te llegará por correo).

Una vez en mi carcacha, salí disparado a todo lo que daba, en caso de que la duda o la ilusión me doblegaran. Veinte minutos después, sin que me agarrara un Poncharelo, aterricé en Pasadena.

Cuando me fui a dormir a las cuatro y media de la mañana, "Sarri, Sarri, Sarri, Sarri, los maderos de San Juan piden pan y no les dan desde que te perdí," todavía estaba pensando en si debí haber llegado a su casa.

Entijuanado, en ella, (en ti), terminé pensando.

* La idea original había sido ir a Tijuana para asistir al concierto de Fernando Delgadillo, que en mi puñetera vida se había presentado en el Cecut, pero, ya ven, a pesar de tal logro, el recuento sólo merece pie de página porque en Tijuana se encuentra más y a Delgadillo no le piden que cante otra en el Cecut.

Tuesday, February 08, 2011

Bendigo tu Silencio en la Distancia

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Maldice tu silencio en la distancia
La sagrada pira que arde con tu nombre.
No duele más la noche que ciega con su negro brillo,
Ni la frágil lágrima que surge virgen al instinto.
No sufre más este corazón absurdo que desea lo contrario:
En el umbral de olvidos divergen todos los deseos.
Dejemos de dudar entonces:
Te seguiré encontrando aún entre cenizas,
En la voz que callas y recuerdo,
Bajo el furor de la lluvia
Que escribe tu nombre por mi cuerpo:
Te encontraré constante con tu callada maldición
Que bendigo cuando leo tu esencia en la distancia.

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