entre la vida y el averno:
la más alucinante visión
de un delirio efervescente.
Sus lánguidos peldaños y desgastadas cuerdas
proponen una expedición adversa,
pero la promesa de su logro
nos ciega ante la hostilidad del riesgo.
Durante la travesía,
entre tempestades y largos desconciertos,
el puente se alarga y nos domina,
se transforma en laberinto extenso
que flaquea la condición del alma
en pasadizos abarrotados de inseguridades falsas
o arquetípicos miedos.
Una vez que se retoma el mando,
después de mañanas que se vuelven sólo una mañana,
durante brisas vespertinas alentando el vuelo,
el viaje es pleno idilio
porque el puente se transforma
en jardines fértiles o límpidas promesas.
Una vez cruzado el insoportable abismo,
sin embargo,
la otra orilla se convierte
en punto equidistante entre el infierno y la existencia
porque el amor es también una gota de rocío
que se evapora con el calor de la mañana.
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