Tuesday, April 21, 2009

Ayer

Anochecí perseguido por fantasmas reales y ficticios, aceptando que escribir el dolor es una tarea imposible, y a pesar de que dejé las puertas y ventanas abiertas, Satanás nunca llegó para aliviarme con un poco de su ironía.

Tal vez esa haya sido su manera de decirme que siempre estuvo conmigo, pero no lo acepto porque estoy cansado de ausencias. La vida, sobretodo en circunstancias como estas, se vive sólo por inercia. Digamos que es una obligación del cuerpo a la naturaleza. El aire entra en los pulmones, pero lejos de oxigenar, pesa. La luz entra por los ojos y las imágenes se proyectan en retinas, pero el cerebro las confunde. Quizá debería creerle a Camus y aceptar la felicidad breve, pero eterna, que Sísifo experimenta justo al llegar a la cima de la montaña antes de que el peñasco caiga y su castigo se repita indefinidamente.

Anochecí sin darme cuenta, perseguido por fantasmas reales y ficticios, y comencé a soñar para darme cuenta que el dolor no puede escribirse de manera convincente, pero que, atrozmente, el alma lo experimenta.

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